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Backstage de un desafío.


Imaginate que metés la cabeza en un balde lleno de agua y cubitos de hielo. Ahora imaginate que ese balde es tan inmenso como el mar y que tu cabeza y tu cuerpo están rodeados por ese agua fría, helada. Que vas a permanecer ahí adentro, allá abajo, sin respirar. Imaginate, además, que lo vas a disfrutar y hasta jugar.

 

Este año me propuse vivir la apnea desde otros lugares: más que sumar metros o minutos sin respirar, busqué -y sigo buscando- sumar emociones. Me refiero a esas emociones más intensas y profundas que un récord o una performance deportiva. Es lindo colgarse una medalla, superarse, pero no siempre eso es ganar. Tampoco es perder cuando esa medalla no llega. Y en cualquiera de los casos, mejor tener en claro que solo son circunstancias. Lo que importa es lo que atravesamos para llegar a eso.

Y en medio de esa búsqueda, apareció Laura Babahekian en mi camino.

Laura es una fotógrafa subacuática increíble. Todas sus fotos las toma en apnea. Todo su arte es sin respirar, y te deja sin aire.

Hablamos. Me contó que tenía un proyecto fotográfico. Pasó el tiempo. Buscamos un encuentro y un lugar. No cualquier lugar: uno con agua y naturaleza. Elegimos Las Grutas, por todo lo que el Golfo San Matías nos ofrecía, pero -especialmente- porque allí estaba Luis "Tony" Brochado: conocedor del mar como la palma de su mano. Él y su hijo Marcos Brochado, buzos profesionales, se ocuparían de la logística y seguridad, pero más que eso: se convertirían en nuestros ojos y abrigo; en nuestros compañeros de aventuras.

Habría un desafío: el agua FRÍA.

Hablo de agua de mar, mar adentro, fría: a unos 9 o 10° C en superficie (a fines de septiembre, con vestigios de invierno). Y nosotras, una con malla y la otra con neopreno, buscando crear arte en esas condiciones y a puro pulmón.

Hubo una palabra: confianza. La que viene del creer en uno mismo y creer en el otro.

Y así, sin más testigos que el viento patagónico, el mar y sus animales, nos unimos para contar una historia proyectada por Laura, que -sin quererlo- tenía un poco de la historia de todos: hablaba de vulnerabilidad, incomodidad, fortaleza y fragilidad; de cambios y miedos.

El desafío claro y concreto para todos era el agua fría: desde hacer apnea hasta tomar fotografías o prestar seguridad a personas en esas condiciones. En ese contexto, cada cual tenía su propio riesgo. Y en cada uno, en silencio, habitaba un desafío personal.

MIS OTROS DESAFÍOS

El cuerpo: Decidirme a enfrentarlo fue también aceptar enfrentarme a una cámara fotográfica y exponer el cuerpo, con todas mis inseguridades a cuesta. A pesar de todo, mi instinto de supervivencia prevaleció por sobre el prejuicio: quién dijo que solo un cuerpo etéreo y estilizado podría ser estético en esa situación. Dejé que mis redondeces asomaran tranquilas: ellas me protegerían en ese agua helada.

El mar: fue descubrirlo desde una experiencia diferente y única. Incluso, una vez que me sumergí decidí no usar máscara de buceo: la visibilidad era increíble, pero -especialmente- porque necesitaba mirarlo con el resto de los sentidos. No era apnea deportiva ni tampoco recreativa: terminó siendo un momento mágico donde emergió mi ser más salvaje y natural, mezcla de niña y animal; de esa bailarina que siempre soñé ser y de esa mujer que se reconstruyó a la vez que se convertía en deportista. Todo en uno.

Y me descubrí sintiendo el mar como si lo conociera de otra vida; vinculándome con el agua de una manera tan intensa que me olvidé del frío y de la mirada ajena.

Fue entrega y confianza. Mirarme con ojos amables y dejar fluir aquello que estaba destinado a ser. Ponerme en manos del ojo mágico de Laura y de la sabiduría de Tony y Marcos; del universo y de la fuerza del océano.

Algo hizo que se diera de forma simple y natural: acaso el vínculo que cada uno tiene con esa inmensidad líquida hizo que nos conectáramos rápidamente, que nos entendiéramos en el silencio. Que nos movilizáramos para darle forma a un sueño del que cada uno tenía un pedacito en su imaginación, pero desconocíamos cómo era el final.

Creímos. Fue un acto de convicción, pero también de amor: porque nadie obtuvo a cambio nada más que la satisfacción y emoción de haber sido parte de un hermoso desafío.

EL AGUA FRÍA

Todo lo que se siente lo compartiré en otro posteo. Pero ahora les contaré un poquito de lo técnico, el "backstage":

Tanto Laura como yo hicimos las fotos y videos en apnea. En mi caso fue sin neopreno; en malla común (incluso hubo tomas sin malla, despojada de todo). El agua estaba "fresquita", por no decir helada: estimamos que unos 9 o 10°C en superficie, aunque metros más abajo se sentía una diferencia (más frío) que se notaba especialmente en la cabeza.

Fueron apneas breves y poco profundas (no más de 6 o 7 metros) pero continuas, durante unos 25 minutos (no más de media hora). Era menester que la recuperación en superficie fuera breve, tratando de estar siempre en movimiento - aunque el proyecto también demandaba tomas en posturas estáticas- con lo cual tomaba el aire mínimo (para evitar, además, flotarme).

A eso se sumaba que Laura y yo teníamos que sincronizar nuestras inmersiones ya que las dos estábamos en apnea. Y que los movimientos tenían que tener cierta armonía.

Sabíamos que todos estos factores condicionarían el tiempo de "sesión fotográfica", pero a la vez necesitábamos que fuera lo más natural posible. Por eso fue fundamental tener un plan, especialmente para el "después", y así aprovechar cada minuto de forma segura....

...para también aprovechar cada inolvidable encuentro animal que la naturaleza nos regaló.

La adaptación al agua fría fue rápida. Me atrevo a decir que el entrenamiento de apnea en la pileta me ayudó: las reacciones fisiológicas son muy parecidas, aunque en el agua fría las sentí más prontas, casi inmediatas. La experiencia sensorial fue MUY FUERTE, pero agradable. Aún así, después de un tiempo, es inevitable que el cuerpo lo "sufra" y empiece a reaccionar de forma más dramática ante ese agua fría. Y yo no quería llegar a eso.

Además, la apnea en sí misma provoca una baja en la temperatura corporal y eso podía potenciar cualquier malestar. Había que emerger antes que esa combinación fuera problemática, porque estábamos a unos 2 km de la costa.

Una vez que sobrellevé el instante clave del ingreso al agua, en TODO momento me sentí muy cómoda. Eso, aunque bueno para el proyecto, podía ser peligroso: el exceso de confianza en esas condiciones puede hacernos pasar por alto alguna señal física que nos avise que es tiempo de salir. Y la decisión de finalizar la sesión dependía mayormente de mi.

Prudencia, como cuando hago apnea en la pileta; y respeto por ese mar frío, por mí y por las personas que eran parte de este equipo. Esa fue mi premisa.

No había lugar para la improvisación. Por eso, el abrigo posterior fue un ritual: emerger, secarme rápido con una toalla, ponerme la bata, quitarme la malla húmeda, ponerme ropa o el neopreno, luego abrigo y más abrigo. Todo dentro de un espacio mínimo, el bote. Todo con la poca movilidad que me permitía la vasoconstricción en manos y pies.

En el viaje de regreso a la costa, sentada y quieta, mis dientes y cuerpo tiritaban como reflejo natural y necesario para producir energía. En tierra las maniobras seguían y ahí aprovechaba a moverme y entrar rápidamente en calor, antes de refugiarme en la camioneta de Tony.

MI PREPARACIÓN

No tuve entrenamiento en agua fría, más que lo fría que estaba el agua de la pileta después que la recambiaron una semana antes de viajar. Me había metido al río en invierno: apenas unos minutos, pero me valió para saber qué podría experimentar.

Si bien me informé y asesoré con un médico, no quise saturarme de información; solo contar con lo suficiente para entender a mi cuerpo en cada etapa de esa situación. También aumenté de peso para contar con grasa en partes claves.

A pesar de todo lo que pueda imaginarse, el momento más difícil fue el viaje de ida hacia el mar: por un lado, la emoción de poder sumergirme en esa agua tan azul y seductora; por otro, algo en mí que ponía excusas para no someterse al frío.

El primer día el viento soplaba crudo y fresco, y las olas que golpeaban contra el bote que avanzaba, me salpicaban la cara. En ese momento, además de la incertidumbre de la primera vez, tuve cierto miedo porque -estando abrigada- tenía frío.

¿CÓMO ENFRENTARLO?

Simplemente no entendiéndolo como un enfrentamiento. Fueron tres días y cada viaje de ida al mar fue una especie de meditación: de encontrar en mi interior las fortalezas para transitar ese momento que despertaba todas mis debilidades. Y en esa búsqueda recordé algo que mi papá me había dicho hace dos años, cuando me preparaba para ir al Mundial de Apnea y carecía del equipamiento que otros competidores tenían: "a veces hay que ser un poco salvaje". Y con ello estaba diciéndome que todo lo que necesitamos está adentro, en nuestra esencia, en esa tríada cuerpo-mente-alma que nos sostiene en el mundo. Mi cuerpo -como el de todos los seres humanos- sería sabio: tenía lo necesario para sumergirme y vivir ese momento. Solo tenía que escucharlo.

Entonces fue cuando dejé de pensar en el frío como algo negativo: lo acepté, a la vez que reconocí mi fragilidad. Y al hacerlo, apareció esa niña que siempre buscó en el agua refugio y libertad.

LO QUE ENCONTRÉ

La certeza de que nuestra naturaleza humana es tan poderosa como nuestra mente lo permita, pero nunca como lo es la madre tierra. Y ante ella, es necesario silenciar el ego: para escucharla y escucharnos, para entregarnos y adaptarnos.

Agradecimiento profundo al universo y a la vida, por las oportunidades y las personas que se cruzan en mi camino. Cada encuentro tiene un por qué y -el de esos días- lo sigo descubriendo.

Alivio. Mi cuerpo y mente hicieron catarsis y pude vivir esas emociones que anhelaba. Al involucrarme en cuerpo y alma en esa historia proyectada por Laura, vi el reflejo de mi propia historia. Y con ello, la aceptación de que lo vivido me hizo esa mujer que se atrevió a sumergirse en este y otros desafíos.

Y así, pude contemplarme desde afuera, a la vez que bucear muy dentro mío en ese mar que -aún frío- me hizo feliz.

Un mar lleno de preguntas.

EL RESULTADO

El proyecto fotográfico y artístico seguirá su historia, con sus propios tiempos, mutaciones y metamorfosis. Quizás algunas piezas fotográficas se compartan en las redes sociales de Laura o mías, o "por ahí". Pero creo que lo importante es lo que generó en cada una de las personas que fuimos parte de él y las que sigan involucrándose en su crecimiento.

 

AGRADECIMIENTOS:

Un especial agradecimiento a Claudio Barbieri y Sebastián Leal de la operadora de buceo Cota Cero por sus gestiones, y a Pablo Vincent y todo el personal del Hotel Acantilado por recibirnos y atendernos con tanta amabilidad. ¡Nos sentimos muy cómodas! Gracias por creer en esto.

 

¡Gracias por leer!

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Por uso/reproducción del contenido o consultas: ludmila.apnea@gmail.com

Todas las fotografías son obra de Laura Babahekian ©

© 2017 Ludmila Brzozowski. Proudly created with Wix.com

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